Gertrudis Gómez de Avellaneda (Camagüey, 23 de marzo de 1814 – Madrid, 1 de febrero de 1873). Dramaturgo, novelista y poetisa cubana, cuya obra osciló entre el romanticismo y el neoclasicismo. Es considerada por la crítica como una de las más completas escritoras del siglo xix.
Antón Arrufat, antólogo de los poemas que ofrece esta edición, comenta: «Destacamos la zona de la poesía lírica de la Avellaneda oscurecida por sus extensas tiradas retóricas y el evidente desacierto de sus críticos. Zona donde reina la musicalidad, la sensualidad, la mirada y una suprema pericia artística, en la que se halla lo más perdurable y viviente de su creación poética. Despojémosla al fin de tanto canto solemne y vacuo. Busquemos estos poemas sin prejuicios y reconozcamos que en ellos está su auténtica contribución. En lo más afortunado de su poesía se aproxima al modernismo latinoamericano. De esa parte valedera y de expresión feliz escogí esta antología».
Según ella misma declara en sus páginas autobiográficas, antes de cumplir los nueve años «ya escribía apasionados versos». No tardó en componer novelas y dramas y se distinguió como actriz en funciones de aficionados. En su ciudad natal estudió francés y realizó abundantes lecturas, sobre todo de autores españoles y franceses. Durante sus años jóvenes en Europa, participó en las tertulias literarias más interesantes del momento; fue acreedora de premios; socia del Liceo de Madrid; conoció a intelectuales importantes de la época como los grandes románticos, Espronceda y Zorrilla. También vivió apasionadas y frustradas relaciones amorosas, que vieron su fruto en una hija perdida apenas siete meses luego de dar a luz, y que incluyen los dos matrimonios posteriores, de los cuales enviudó con relativa prontitud. Todos estos hechos marcaron parte de su desgarrada poesía, alimentada también por la nostalgia que la lejanía de Cuba le causaba, y un riquísimo epistolario. Hacia 1854 presentó su candidatura para ingresar en la Real Academia Española, pero le fue denegada la solicitud por ser mujer.
Su intensa vida intelectual nos legó, cartas, memorias, cuantiosos artículos que vieron la luz en un sinnúmero de periódicos y revistas españolas y cubanas —en muchos casos bajo el seudónimo de La Peregrina—, así como prólogos a obras de sus contemporáneos, dígase el Viaje a La Habana (1844), de la Condesa de Merlín, dos novelas de Teodoro Guerrero (1857, 1864) o el tomo de Poesías (1860) de Luisa Pérez de Zambrana.
Pero su mayor contribución a la literatura cubana y universal se concentra en una narrativa enriquecida con novelas como Sab (1840), primer testimonio del esclavismo, Guatimozin, último emperador de Méjico (1846), novela histórica precursora de la narrativa indigenista que se sitúa en el México de la conquista, El artista barquero o Los cuatro cinco de junio, Dos mugeres [sic], El aura blanca, entre otras; mientras que en el ámbito del teatro, su obra ocupó un lugar importantísimo en la escena española con no menos de trece piezas, cuyos aciertos y originalidad le valieron la aceptación de sus tragedias y comedias, entre las que pueden contarse Los tres amores, La hija de las flores (1852), Simpatía y antipatía (1855), así como los dramas Munio Alfonso (1844), El príncipe Viana, Recaredo y sus mayores éxitos: Saúl (1849) y Baltasar (1858), auténticas y diferentes representaciones del romanticismo hispánico con un fondo bíblico, las cuales nos muestran, bien la rebeldía, bien el hastío vital, la melancolía del «mal del siglo» que será sentida en la segunda mitad por los poetas simbolistas franceses y en el modernismo hispánico.
Asimismo, su poesía ha tenido una trascendencia en la historia de la literatura y se ha dicho que fue el equilibrado producto de una formación neoclásica al servicio de un temperamento romántico que analiza los estados emocionales derivados fundamentalmente de la experiencia amorosa, pero que fue tratando cada vez más asuntos religiosos a partir de su primera viudez y enclaustramiento en el convento de Nuestra Señora de Loreto, como respuesta a temas constantes de su trayectoria literaria: el vacío espiritual y el anhelo insatisfecho. En este sentido destacan los poemas «Dedicación de la lira de Dios», «Soledad del alma» o «La cruz», cuya métrica incluye un acertado cambio del endecasílabo al eneasílabo. En poemas como «La noche de insomnio y el alba» y «Soledad del alma» introdujo también innovaciones en el metro que anuncian la experimentación en esta faceta que llevó a cabo el modernismo. Así, en la obra de Avellaneda se encuentran versos de trece sílabas con cesura tras la cuarta; de quince y de dieciséis sílabas, poco frecuentes en la poesía en español. También utilizó un verso alejandrino (de catorce sílabas) cuyo primer hemistiquio es octosílabo y el segundo hexasílabo, o donde el primero es pentasílabo y el segundo eneasílabo.
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